EL NOVIO DE MI HIJA , historias y relatos
Clara, a sus 42 años, tenía una vida marcada por la estabilidad y la rutina. A lo largo de su matrimonio de más de dos décadas, había aprendido a valorar la seguridad que su esposo le ofrecía. Era un hombre trabajador, dedicado a su familia, y juntos habían construido una vida sólida, como un puerto firme en medio de las tormentas de la vida. Su hija, Camila, una joven de 20 años que llenaba de orgullo a Clara, había sido su mayor logro, y por mucho tiempo, pensó que ya no había más emociones que descubrir, ni rincones ocultos en su alma.
Clara medía 1.70 metros, con una figura esbelta que había logrado mantener con los años. Su cabello castaño, que caía en ondas suaves sobre sus hombros, tenía ya algunos hilos plateados, pero eso no hacía más que darle una dignidad elegante que muchos envidiaban. Sus ojos, de un verde profundo, siempre habían sido su rasgo más llamativo. Parecían esconder secretos y, aunque su vida parecía tranquila, bajo esa apariencia, Clara escondía deseos que no se atrevería a admitir ni siquiera a sí misma.
Una tarde, todo cambió. Regresó a casa más temprano de lo usual. No esperaba encontrar nada fuera de lo común, pero al pasar por la habitación de su hija, la puerta entreabierta le ofreció una visión que la dejó paralizada. Camila y su novio, Alejandro, estaban en medio de una danza íntima, sus cuerpos entrelazados en una coreografía que hablaba más de lo que sus palabras jamás podrían expresar.
Alejandro era el retrato de la juventud. Con 26 años, su físico era imponente: de aproximadamente 1.85 metros de altura, con hombros anchos y una musculatura definida que parecía esculpida a mano. Su piel bronceada resaltaba en contraste con su cabello oscuro y su mirada de fuego, una mezcla de confianza y misterio. Clara nunca había prestado atención a esos detalles, o al menos nunca los había dejado colarse en su conciencia... hasta ese momento.
Lo que la perturbó no fue la escena en sí, sino lo que desató en su interior. Una chispa se encendió dentro de ella, una chispa que había estado apagada durante años. Sentía que algo, muy profundo y escondido, despertaba con la visión de Alejandro, como si esa energía juvenil y desbordante de pasión avivara algo que Clara había enterrado bajo las capas de la vida cotidiana. No era simplemente deseo físico; era una sacudida emocional que la hacía sentir viva de una manera que no recordaba haber experimentado en mucho tiempo.
Esa noche, en la soledad de su habitación, la mente de Clara fue un campo de batalla. Intentaba convencerse de que lo que sentía estaba mal, que todo era fruto de un malentendido emocional. Pero cuanto más trataba de alejar esos pensamientos, más regresaban. Las imágenes de Alejandro se repetían en su mente, y en lugar de remordimiento, sentía una oleada de excitación. Se imaginaba sus manos, su presencia, su cercanía, y cada vez que lo hacía, su piel se estremecía como si él realmente estuviera allí.
Durante los días siguientes, cada vez que Alejandro visitaba la casa, Clara no podía evitar sentirse atrapada en una red invisible de deseo. Intentaba ser la madre correcta, la esposa adecuada, pero algo en su interior se resistía. La culpa, en su caso, era un fantasma ligero, apenas perceptible, porque lo que sentía parecía inevitable, como si una fuerza más allá de su control, la estuviera empujando hacia lo prohibido. En lugar de remordimiento, lo que sentía era una liberación: una puerta que se abría hacia una parte de sí misma que había olvidado que existía.
Alejandro no era ajeno a lo que ocurría. Sentía la intensidad en las miradas de Clara, en los silencios que llenaban la casa cuando los demás no estaban. Y lejos de esquivarlo, él lo provocaba de manera sutil. Cada sonrisa, cada encuentro en el pasillo, cada roce casual de las manos, eran pequeños fuegos que avivaban la tensión entre ambos. Él también la miraba, pero sus ojos no expresaban simple admiración; había algo más, una complicidad que los envolvía sin necesidad de palabras.
Una tarde, mientras estaban solos en la cocina, esa tensión se hizo tangible. Alejandro, sin prisa, se acercó a Clara. No había nadie más en la casa, y el silencio se volvió denso. El aire entre ellos era casi eléctrico. Él se acercó, dejando que sus ojos hablaran por él. Clara sintió el calor recorrerle el cuerpo, una sensación que hacía años no experimentaba. Sabía que lo correcto sería detenerlo, pero en ese momento, lo correcto no parecía importar.
—Sé lo que estás sintiendo —dijo Alejandro en un susurro, como si su voz estuviera destinada solo para ella.
Clara intentó negar con la cabeza, pero las palabras se le atragantaban. Ambos sabían que lo que compartían, aunque no se hubiera consumado físicamente, ya era una realidad. Había una conexión entre ellos, una atracción que, aunque moralmente incorrecta, resultaba imposible de ignorar.
Desde entonces, los encuentros furtivos se convirtieron en parte de su dinámica. No era necesario el contacto físico directo. A veces, solo el simple hecho de compartir un espacio era suficiente para llenar el ambiente de una tensión que Clara no podía explicar. Era como si ambos estuvieran jugando un juego peligroso, conscientes de las reglas pero sin la intención de detenerse. La electricidad en el aire, las miradas que duraban más de lo necesario, los roces que parecían accidentales pero no lo eran... Todo eso se convirtió en el combustible de una relación no consumada que, sin embargo, se sentía tan real como cualquier otra.
Pasaron los meses, y cada día que Clara veía a su esposo regresar del trabajo, su mente era un torbellino de emociones. El amor que había sentido por él no había desaparecido, pero el fuego que Alejandro había encendido dentro de ella consumía cada rincón de su ser. Había una mezcla de culpa y deseo que la mantenía en equilibrio. La culpa no era lo suficientemente fuerte como para apagar ese deseo, pero tampoco lo suficientemente débil como para ignorarla por completo. Era una danza delicada que Clara manejaba con una maestría que jamás hubiera pensado poseer.
Y así, durante un año, Clara vivió atrapada en esa dualidad. Hasta que, un día, todo llegó a su fin. Camila y Alejandro tuvieron una discusión, y su relación terminó abruptamente. Él dejó de frecuentar la casa, y con su partida, Clara sintió como si una parte de ella también se hubiera ido. La chispa que había encendido se extinguió, y la vida volvió a su curso, pero Clara nunca volvió a ser la misma.
Los recuerdos de Alejandro siguieron presentes, como sombras que se negaban a desaparecer. Aunque la vida continuó, Clara supo que lo que había experimentado, aunque fuera prohibido, la había transformado para siempre.
Excelente relato lo disfrutaron los dos bien rico x tú más te dió x nunca te avía dado tú marido bien sabroso Wauu
ResponderBorrarMuy candente relato me dejó bien mojado gracias por compartir
ResponderBorrarQue afortunado yerno y muy buen relato
ResponderBorrarMuy interesante y exitante.....buen relato...
ResponderBorrar