20 AÑOS DE DIFERENCIA DE EDAD NO ES NADA, Historias y relatos de la vida real
Hola a todos en el grupo de Facebook "Historias y Relatos". Hoy les traigo una historia que invita a explorar el territorio del deseo y el misterio. Cada palabra está diseñada para evocar emociones y transportarlos a un momento donde la tensión entre dos almas se intensifica en cada susurro.
Andrea, era una presencia deslumbrante, como un amanecer que ilumina lentamente el horizonte. Su cabello castaño caía en suaves ondas, enmarcando un rostro que aún conservaba la frescura de sus años como modelo. A sus 45 años, su figura era un poema que hablaba de elegancia y sensualidad, con curvas que no necesitaban ser proclamadas. Era una mujer que se movía con la gracia de una bailarina, cada paso suyo revelando la historia de un alma apasionada.
Hasta entonces, yo la veía solo como una colega. Sin embargo, la proximidad de la oficina comenzó a crear un lazo invisible, un hilo del que tirábamos, entrelazando miradas y sonrisas que nos llevaban más allá de lo profesional. Ella tenía una forma de sonreír que iluminaba la sala y hacía que mi corazón latiera de manera diferente. Pronto, me vi perdido en pensamientos sobre su figura, imaginando lo que había bajo la tela de su vestimenta.
La transformación entre nosotros fue sutil, como el cambio de la luz del día a la noche. Un día, quedamos solos en la oficina; la calma de la noche se instaló, y el ambiente se tornó casi mágico. La suave penumbra nos rodeaba, creando un espacio donde todo parecía posible.
—Andrea —dije, sintiendo la tensión en el aire—, ¿podrías ayudarme con un masaje? Creo que llevo la carga del mundo sobre mis hombros.
Su sonrisa fue un destello en la oscuridad. Se colocó detrás de mí, y sus manos comenzaron a recorrer mis hombros con una delicadeza que desató una oleada de sensaciones. La calidez de su piel atravesaba mi camisa, y mis ojos se cerraron, dejándome llevar por el momento.
—Te debo uno —murmuré, girando levemente hacia ella. Antes de que pudiera responder, mis manos se aventuraron a explorar su espalda, y el deseo comenzó a tejer un delicado hilo entre nosotros.
Andrea se quedó inmóvil, como si el tiempo se detuviera. Pero, en lugar de apartarse, sus palabras susurraron en la penumbra:
—No creo que esto sea una buena idea.
Sin embargo, su voz temblaba con un eco de complicidad, como si ella también estuviera atrapada en la red de emociones que nos unía. Retrocedí, no por arrepentimiento, sino por el delicado equilibrio que ambos estábamos desafiando.
Al día siguiente, algo en Andrea había cambiado. Entró en la oficina con una confianza radiante, como si hubiera encontrado su propio sol interior. La forma en que sus prendas abrazaban su figura era un tributo a la belleza misma. Sus piernas, envueltas en un delicado encaje, se movían con una elegancia que atrapaba las miradas de todos, pero su atención siempre regresaba a mí, como si el universo estuviera conspirando a nuestro favor.
Más tarde, ella se acercó a mi escritorio, su cercanía era una danza peligrosa. El perfume que llevaba era una mezcla embriagadora que nublaba mis sentidos. Sin que nadie lo notara, dejé que mis dedos se deslizaran suavemente hacia su muslo, sintiendo el temblor de su cuerpo ante mi toque.
—Raúl... —murmuró, su voz era un susurro que vibraba entre la advertencia y el deseo—. Esto es una locura.
—Tal vez —respondí, acercando mi rostro al suyo—, pero es una locura que ambos anhelamos.
El deseo entre nosotros se tornó incontrolable, un fuego que ardía en silencio. Cada día se convirtió en un juego de miradas furtivas y roces cargados de electricidad. Todo lo que parecía ser un acto cotidiano se transformaba en un ritual clandestino que alimentaba nuestra conexión.
Finalmente, en una tarde de lluvia, cuando el mundo exterior parecía desvanecerse, Andrea se acercó hacia mí con paso decidido. Su mirada, profunda como un océano, dejaba claro que había tomado una decisión.
—Hoy... no hay nadie más aquí, Raúl —dijo, su voz como un eco que reverberaba en la sala vacía.
Me levanté, sintiendo que el aire estaba cargado de promesas. Nuestros labios se encontraron en un beso que encapsulaba todos los deseos reprimidos. El sabor de su boca era un néctar que despertaba mis sentidos, y mis manos buscaban su espalda, explorando la suavidad de su piel bajo la tela.
La oscuridad de la oficina se convirtió en nuestro refugio secreto, donde el deseo podía florecer. Las sombras danzaban a nuestro alrededor, intensificando la intimidad del momento.
—Raúl... —susurró, con un tono que era tanto una súplica como un desafío—. Esto es una locura, pero no puedo detenerme.
—Tampoco quiero detenerme —respondí, mientras mis manos recorrían su figura, explorando cada rincón de su ser.La
intensidad de nuestro encuentro llenó la sala con una energía palpable. Cada toque, cada susurro, se transformaba en una explosión de sensaciones que desafiaban la razón. Con cada momento que pasaba, nos sumergíamos más profundamente en un océano de placer y secretos compartidos.
Cuando el clímax llegó, fue como una tormenta que estalló en la calma de la noche. Nuestros cuerpos se entrelazaron, y el silencio que siguió fue un testigo de lo que habíamos compartido. Miradas cómplices nos revelaban que ese momento era nuestro secreto más oscuro, un susurro en la penumbra que nunca vería la luz del día.
—Esto no termina aquí, Raúl —dijo Andrea, con una sonrisa traviesa mientras se ajustaba la ropa—. Debemos ser más cuidadosos.
—Siempre habrá un refugio para nosotros, Andrea —le respondí, guiñándole un ojo, con el corazón aún palpitante de emoción.
Salimos de ese refugio como si nada hubiera sucedido, pero en nuestros corazones sabíamos que el deseo seguía latiendo, vivo y palpable. Cada día en la oficina sería una nueva oportunidad para continuar nuestra historia clandestina, cada mirada, cada roce, sería un eco de lo que habíamos compartido.
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Todos bien buenos y caliente, donde hay más????
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