Mi suegra

Soy José Luis, de 28 años, casado con Helena, de 23. Vivimos a solo un suspiro de distancia de mis suegros, y debo confesar que mi suegra, Eva, es una mujer que parece haber detenido el tiempo en su juventud. Mi suegro, aunque un buen hombre, parece haber olvidado la joya que tiene a su lado.
Eva siempre se viste con un estilo que armoniza perfectamente con su edad, pero con un toque de seducción que no se puede ignorar. Su vivacidad es contagiosa, y su pasado de juventud debió haber sido impresionante, marcado por tatuajes que adornan su espalda y el tobillo izquierdo. Tiene unos senos que desafían el paso de los años, manteniendo una firmeza envidiable, y un trasero que dibuja la forma de un corazón, resaltado por sus ojos de un verde oscuro que parecen ver más allá de lo superficial.
Desde que Helena y yo éramos novios, había una electricidad en el aire entre Eva y yo, capturada en miradas que solo nosotros entendíamos, pero que nunca se atrevieron a cruzar la línea hasta después de nuestro matrimonio.
Como familia, Eva incrementó sus atenciones hacia mí, y yo, sin pudor, la elogiaba por cómo se mantenía. Era verdad; incluso los amigos de mi suegro la miraban con un deseo que ella siempre ignoraba.
Mi anhelo por ver a Eva en traje de baño se cumplió durante un día de playa. La animé a que se metiera al agua, y cuando salió del vestidor, el bikini que eligió, aunque no era minúsculo, era audaz y revelaba una figura que aún desafiaba a la edad. Mi suegro la reclamó por su elección, pero yo defendí su derecho a sentirse orgulloso de tener una mujer tan vibrante después de tres hijos. Mi esposa y Eva me agradecieron por mis palabras.
Helena, Eva y yo nos sumergimos en el mar, pero Helena pronto decidió tomar el sol, dejándonos solos. Eva confesó no saber nadar, y yo, con la excusa de ser un experto nadador, la llevé a aguas más profundas. Pronto, el pánico la hizo aferrarse a mí, sus piernas alrededor de mi cintura, su pecho contra el mío, nuestros rostros tan cerca que cada respiración era compartida.
El movimiento de mis piernas para mantenernos flotando provocó una intimidad involuntaria, su pelvis contra la mía, generando una fricción que despertó sensaciones que no podíamos ignorar. Sentí mi cuerpo reaccionar, y sabía que ella también experimentaba esa excitación prohibida.
"Ay, Dios santo," murmuró Eva, y al preguntarle si algo andaba mal, sabiendo que estaba tan afectada como yo, me aseguró que estaba bien pero ansiosa por llegar a aguas menos profundas.
Mis manos en sus muslos confirmaron lo que mis ojos ya sabían: Eva era una belleza aún en su madurez. A propósito, aumenté el ritmo de mis movimientos, simulando un acto más íntimo, y ella, con los ojos cerrados por momentos, emitió un gemido que me hizo preguntarme si había alcanzado un pequeño clímax en el anonimato del mar.
Finalmente, encontramos el suelo bajo nuestros pies, y ella se recompuso, tomando mi mano para salir del agua, mencionando sentirse un poco mareada, confirmando mis sospechas sobre su placer. Volvimos con los demás sin que nadie advirtiera nada, pero nuestras miradas ahora eran un lenguaje secreto.
Y así fue como, de ese momento en adelante, nuestra relación suegra-yerno se intensificó, llevándonos a momentos de cercanía cada vez más profundos. Hasta que un fin de semana, con Helena y su padre visitando a un familiar enfermo, Eva y yo tuvimos un encuentro que fue más allá de lo que cualquier palabra podría describir. Pero esa es una historia para otro relato.
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Eva siempre se viste con un estilo que armoniza perfectamente con su edad, pero con un toque de seducción que no se puede ignorar. Su vivacidad es contagiosa, y su pasado de juventud debió haber sido impresionante, marcado por tatuajes que adornan su espalda y el tobillo izquierdo. Tiene unos senos que desafían el paso de los años, manteniendo una firmeza envidiable, y un trasero que dibuja la forma de un corazón, resaltado por sus ojos de un verde oscuro que parecen ver más allá de lo superficial.
Desde que Helena y yo éramos novios, había una electricidad en el aire entre Eva y yo, capturada en miradas que solo nosotros entendíamos, pero que nunca se atrevieron a cruzar la línea hasta después de nuestro matrimonio.
Como familia, Eva incrementó sus atenciones hacia mí, y yo, sin pudor, la elogiaba por cómo se mantenía. Era verdad; incluso los amigos de mi suegro la miraban con un deseo que ella siempre ignoraba.
Mi anhelo por ver a Eva en traje de baño se cumplió durante un día de playa. La animé a que se metiera al agua, y cuando salió del vestidor, el bikini que eligió, aunque no era minúsculo, era audaz y revelaba una figura que aún desafiaba a la edad. Mi suegro la reclamó por su elección, pero yo defendí su derecho a sentirse orgulloso de tener una mujer tan vibrante después de tres hijos. Mi esposa y Eva me agradecieron por mis palabras.
Helena, Eva y yo nos sumergimos en el mar, pero Helena pronto decidió tomar el sol, dejándonos solos. Eva confesó no saber nadar, y yo, con la excusa de ser un experto nadador, la llevé a aguas más profundas. Pronto, el pánico la hizo aferrarse a mí, sus piernas alrededor de mi cintura, su pecho contra el mío, nuestros rostros tan cerca que cada respiración era compartida.
El movimiento de mis piernas para mantenernos flotando provocó una intimidad involuntaria, su pelvis contra la mía, generando una fricción que despertó sensaciones que no podíamos ignorar. Sentí mi cuerpo reaccionar, y sabía que ella también experimentaba esa excitación prohibida.
"Ay, Dios santo," murmuró Eva, y al preguntarle si algo andaba mal, sabiendo que estaba tan afectada como yo, me aseguró que estaba bien pero ansiosa por llegar a aguas menos profundas.
Mis manos en sus muslos confirmaron lo que mis ojos ya sabían: Eva era una belleza aún en su madurez. A propósito, aumenté el ritmo de mis movimientos, simulando un acto más íntimo, y ella, con los ojos cerrados por momentos, emitió un gemido que me hizo preguntarme si había alcanzado un pequeño clímax en el anonimato del mar.
Finalmente, encontramos el suelo bajo nuestros pies, y ella se recompuso, tomando mi mano para salir del agua, mencionando sentirse un poco mareada, confirmando mis sospechas sobre su placer. Volvimos con los demás sin que nadie advirtiera nada, pero nuestras miradas ahora eran un lenguaje secreto.
Y así fue como, de ese momento en adelante, nuestra relación suegra-yerno se intensificó, llevándonos a momentos de cercanía cada vez más profundos. Hasta que un fin de semana, con Helena y su padre visitando a un familiar enfermo, Eva y yo tuvimos un encuentro que fue más allá de lo que cualquier palabra podría describir. Pero esa es una historia para otro relato.
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Deliciosoo
ResponderBorrarBuen relato, espero la continuidad
ResponderBorrarUfff q rico
ResponderBorrarBro no debes parar es un castigo
ResponderBorrarMuy buen relato... Espero la continuación...
ResponderBorrarMuy bueno
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