La reunión de amigos

Hola, soy Fernanda, una mujer casada desde hace cinco años, de estatura mediana, 1.60 metros, con una silueta esbelta, piel blanca y un cabello castaño oscuro que cae como una cascada. Dicen que mis atributos más notables son mis curvas traseras y mis piernas, y no es de extrañar, ya que el gimnasio es mi segundo hogar.
Hace poco, me reuní con mis amigos de la preparatoria para tomar un café. Decidimos dejar a nuestras parejas en casa para que la nostalgia y la camaradería fluyeran sin restricciones. Llegué un poco tarde al encuentro y, al saludar, me senté junto a un amigo que, en nuestro pasado escolar, había mostrado interés en mí, aunque entonces no me atraía. El tiempo, sin embargo, había sido generoso con él, transformándolo en un hombre de notable atractivo.
La reunión fue encantadora, pero como la noche avanzaba, algunos comenzaron a despedirse. Mi amigo, al saber que no tenía coche, se ofreció a llevarme a casa. Mientras caminábamos hacia su coche, el frío de la noche me hizo buscar su calor, pegándome a él en busca de un abrazo. Él respondió con un gesto protector, rodeándome con su brazo.
Esperamos el coche, y en ese intermedio, su mano encontró mi cintura, un toque que no rechacé. El frío me hizo volver a temblar, y me coloqué frente a él, dándole la espalda, invitándolo con mi cercanía a que me abrazara desde atrás. Su cuerpo se unió al mío, sus brazos rodeándome, y pude sentir cómo su presencia comenzaba a despertar, presionando contra mis curvas. No dijimos nada, pero el silencio estaba cargado de promesas.
El coche llegó, y nos separamos para abordarlo. En el camino, la conversación fluía, pero su mano encontró un lugar en mi pierna, un gesto que acepté sin palabras, respondiendo con toques que eran como susurros de consentimiento.
Al acercarnos a mi casa, propuse detenernos en una tienda para comprar cigarros, sabiendo bien que estaría cerrada. Era mi manera de prolongar nuestro momento a unas cuadras de mi hogar. Al encontrarla cerrada, me ofrecí a caminar el resto del camino, pero antes, quise darle un beso de despedida en la mejilla. Sin embargo, él tomó mi rostro y nuestros labios se encontraron en un beso que comenzó con suavidad pero pronto se tornó apasionado.
Sus manos exploraron mis piernas, ascendiendo hasta mis curvas, apretándome con una intensidad que despertó en mí un deseo inconfesable. Su mano guió la mía hacia su evidente deseo, y mis dedos, con la sutileza de mis uñas, comenzaron a explorar esa dureza a través de su ropa.
La tensión creció, y en un impulso, desabroché su pantalón, liberando su deseo palpable. Nuestro beso se mantuvo, pero ahora mis manos y luego mis labios se dedicaron a venerar esa parte de él. Cada movimiento de mi boca era un susurro de placer, cada mirada un intercambio de pasión silenciosa.
El clímax llegó en un suspiro, su esencia llenando mi boca en un momento de conexión que no esperaba. Lo miré a los ojos, compartiendo ese instante, antes de despedirme, recomponiéndome para caminar las últimas cuadras a casa, dejándolo con una experiencia que probablemente recordaría.
Si esta historia te ha resonado, no olvides compartirla con tus amigos. Puedes seguirnos en Facebook y explorar más relatos en nuestro blog. ¡Gracias por tu visita!
Comentarios
Publicar un comentario