Confesiones de una mujer casada

Aún sigo pensando que todo fue culpa de mi marido. Vivimos en un barrio de clase media, un oasis de tranquilidad donde los vecinos se conocen como viejos amigos, donde la cordialidad es la norma y el respeto, la moneda de cada día, excepto por aquellos que parecen haber anclado sus almas en el kiosco frente a mi casa, como si fueran barcos de cerveza en el muelle de la tarde. Fue allí donde comenzó mi historia; yo era y soy una clienta habitual de ese comercio, ya que es el más cercano para comprar los cigarrillos que mi marido adora. Una tarde de verano, al salir con el paquete en mano, uno de esos habituales, con ojos de lobo hambriento, me abordó: Hola, rubia, ¿no me convidas un cigarro? - Yo, cortante como siempre, me negué. No puedo darte uno, son para mi marido - respondí sin más, y seguí mi camino, solo para escuchar cómo se mofaba a mis espaldas: Esta rubia se hace la altanera, pero despu...