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MI CUÑADA , HISTORIAS Y RELATOS de la vida real





Hola a todos y todas, queridos miembros del grupo de Facebook Historias y Relatos, espero que disfruten de mi relato. Trataré de ser lo más claro posible para que puedan imaginar y sentir lo que viví en ese momento.

Era lunes, me desperté temprano, como casi siempre. Llevaba ya un mes sin dormir bien debido a una operación urológica que me habían practicado. Además, a eso se sumaba la fractura en mi pie causada por un accidente de auto, cuando mi cuñada Sara me llevaba en su coche. En resumen, todo iba mal y mi cuerpo estaba bastante golpeado.

Me levanté con dificultad, la habitación aún en penumbra, y observé a mi esposa, Paola, durmiendo plácidamente, su respiración profunda y tranquila. La sábana estaba medio enredada en su cuerpo, y su piel morena apenas cubierta me invitaba a acariciarla, pero me detuve. Mejor que descansara. Fui al baño y, mientras cumplía con mi rutina matutina, recordé que a las 10 de la mañana tenía una cita con el urólogo para revisar mi estado tras la operación.

Paola despertó un rato después, con el rostro hinchado por el sueño. Se quejaba desde hacía dos días por una molesta cistitis que el médico le había tratado con un procedimiento incómodo. Después de bañarse, me pidió que la ayudara a aplicar su tratamiento. La situación no era la más cómoda para ninguno de los dos. Ella se acomodó en el borde de la cama, y yo, con el mayor cuidado, administré el medicamento. Me lo agradeció con una mueca de incomodidad antes de vestirse y salir a trabajar.

Yo me quedé solo en casa, aún disfrutando de mis días de reposo médico. Sabía que mi cuñada, Sara, llegaría más tarde para acompañarme a la cita con el doctor. Sara, además de ser enfermera, había estado ayudándome con el proceso de recuperación debido a que mi esposa, por su trabajo, no disponía del tiempo suficiente. Aunque comenzaba a sentirme mejor, la compañía de Sara era reconfortante.

Como de costumbre, Sara llegó un poco tarde. "¡Cuñis, ya llegué!", me gritó desde la calle, con las manos en forma de bocina. Me asomé por la ventana, y bajo el sol intenso, la vi esperando. Bajé con cuidado y tomamos un taxi hacia el hospital.

Una vez en la consulta, el médico me dio buenas noticias. "Todo ha sanado muy bien", dijo con una sonrisa. Me explicó que ya podía volver a la actividad normal, pero con cuidado. Al mencionar mi recuperación, miró a Sara, pensando que era mi esposa, y le dijo que me consintiera. Sara, con una sonrisa divertida, no corrigió al doctor.

De camino a casa, comenté con Sara que, aunque estaba listo para retomar mi vida, Paola no podría debido a su tratamiento. "Bueno, cuñis, parece que tendrás que esperar un poco más", dijo Sara con una sonrisa entre apenada y comprensiva. El humor liviano nos ayudó a aliviar la incomodidad de la situación.

Días después, Sara nos avisó que su departamento se había inundado por un problema con las cañerías. Mi esposa y yo, sin pensarlo, le ofrecimos quedarse en nuestra casa hasta que resolviera el problema. La convivencia fue cómoda, aunque la mayor parte del tiempo Sara y yo quedábamos solos, ya que Paola seguía trabajando.

Una mañana, después de preparar el desayuno, me dispuse a ir a mi habitación cuando Sara salió del baño, envuelta en una toalla que apenas cubría lo necesario. Me quedé congelado, sorprendido por la situación. "Cuñis, ¡qué tienes ahí!", exclamó entre risas maliciosas. Yo, avergonzado, intenté desviar la conversación, pero no pude evitar sentir la tensión del momento.

La conversación cambió a temas más personales, y Sara comenzó a hablar de sus frustraciones con las relaciones. Me confesó que, desde que terminó con su pareja, prefería evitar los compromisos serios. Yo le comenté, con cierta vergüenza, que debido a mis problemas de salud, mi vida íntima con Paola había sido complicada.

En un momento de silencio incómodo, Sara dijo en voz baja: "Cuñis, contigo nunca diría que no". Me quedé en shock, sin saber qué responder. "¿A qué te refieres?" le pregunté, todavía atónito. "Lo que escuchaste", respondió con una mirada cómplice antes de retirarse a su habitación.

Aturdido por lo que acababa de pasar, fui a mi habitación, pero las imágenes de lo ocurrido seguían rondando mi mente. La tentación era intensa, pero también lo era el conflicto interno. Me debatía entre lo correcto y lo que mi cuerpo me pedía.

Pasaron unos minutos cuando escuché un ruido proveniente del cuarto de Sara. Me levanté para ver si estaba bien. Al acercarme, noté que la puerta estaba entreabierta, y dentro, ella estaba tumbada en la cama, completamente desnuda. Me hacía una señal con el dedo, invitándome a acercarme. Mis pensamientos eran un torbellino de emociones y dudas.




La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz que se filtraba por las persianas. El aire se sentía cargado de una tensión que parecía casi palpable. Mientras me acercaba a la puerta entreabierta de la habitación de Sara, mi corazón latía con fuerza. El tiempo se ralentizó, y cada paso que daba me parecía más pesado que el anterior. Mi mente estaba dividida entre dos fuerzas opuestas: la razón que me decía que retrocediera, y el deseo que me impulsaba a seguir adelante.

Sara me miraba desde la cama, su cuerpo expuesto, envuelto en una atmósfera que desbordaba complicidad y desafío. Su mano extendida en mi dirección, su mirada fija en la mía, todo en ella irradiaba un deseo sin palabras. Al dar el último paso, crucé el umbral de la puerta, consciente de que lo que estaba a punto de hacer cambiaría las cosas para siempre.

El roce de su piel contra la mía fue como una chispa que encendió algo primitivo dentro de mí. Los meses de abstinencia, de distancia emocional y física con Paola, ahora parecían conducir directamente a este momento. La cama se convirtió en un campo de batalla silencioso, donde cada caricia y beso era un pacto no dicho, una rendición mutua a lo inevitable. La pasión que estalló entre Sara y yo fue intensa, carnal, un impulso que nos consumió sin remordimientos. No había palabras, solo el sonido de nuestras respiraciones y el lenguaje de nuestros cuerpos, que se entendían mejor de lo que nunca habíamos admitido.

Al terminar, el sudor nos cubría, pero no hubo espacio para el arrepentimiento. En el calor del momento, algo se había roto dentro de mí, y al mismo tiempo, algo más había cobrado vida. Sara me miró a los ojos y sonrió, una sonrisa que no necesitaba justificaciones. Yo, por mi parte, no podía ignorar el torbellino de emociones que me invadía. Me sentía culpable, pero también aliviado, como si me hubiera librado de una carga invisible que llevaba durante demasiado tiempo.

Con Paola, las cosas se habían vuelto rutinarias, casi distantes. Sus preocupaciones por su salud y mi recuperación nos habían alejado. Pero con Sara... todo era diferente. Había en ella una libertad, un desafío que me hacía sentir vivo de nuevo. El dolor, las fracturas y las operaciones ya no parecían tan pesadas cuando estaba con ella.

Sin embargo, cuando me levanté de la cama y comencé a vestirme en silencio, no pude evitar pensar en Paola. ¿Cómo se lo diría? ¿Cómo viviría con esta traición? Pero entonces, un pensamiento me sorprendió: no había lugar para el arrepentimiento ni para los rencores. En mi vida, las cosas simplemente habían llegado a este punto, como un río que sigue su curso inevitable, arrastrando todo a su paso.

Los días siguientes fueron silenciosos, pero cargados de un entendimiento tácito. Sara no mencionó lo que había pasado, ni yo. No había necesidad de palabras. Nos movíamos por la casa como siempre, pero sabíamos que algo había cambiado. La cercanía que habíamos compartido durante esos días no era solo una coincidencia. Había sido una tormenta inevitable, una atracción que se venía gestando bajo la superficie desde el accidente, desde cada mirada, cada conversación a solas.

Paola, ajena a todo, seguía con su rutina diaria, y cuando regresaba del trabajo, su cansancio le impedía notar la diferencia en la atmósfera. Pero algo dentro de mí me decía que, de alguna manera, ella lo sabía. Quizás no con palabras, pero los silencios entre nosotros eran más largos, más pesados. Era como si ambos estuviéramos esperando el momento en que todo explotara, o tal vez, como si esperáramos que todo simplemente se desvaneciera, como un sueño que al despertar no se puede recordar.

La vida siguió adelante, como siempre lo hace. Sara eventualmente se fue de nuestra casa cuando resolvió los problemas con su departamento, y yo volví a mi rutina con Paola. Pero en mis recuerdos, ese lunes de pasiones desbordadas y de decisiones sin retorno quedó grabado como un fuego que ardía en silencio, sin dejar rastro, sin rencores.

Sabía que nunca le diría a Paola lo que había pasado. La verdad a veces es como un cuchillo que corta sin posibilidad de sanar, y en nuestro caso, prefería que nuestras heridas siguieran cerradas, aunque debajo la piel hubiera marcas invisibles. Sara y yo habíamos cruzado una línea, pero no habría vuelta atrás, y en ese cruce, entendí que no se trataba de traición, sino de una necesidad que ambos habíamos compartido, una que nunca buscaríamos justificar.

La pasión había hecho su trabajo, y en el fondo, quizás no todo estaba perdido.
Espero te haya gustado esta historia y no olvides seguirnos en Facebook, Twitter y seguir a este blog así estas al tanto de las novedades. GRACIAS !!!

Comentarios

  1. Una delas mas grandes fantasias de UN hombre muy buen relato

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