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EL VERDULERO Y MI MAMÁ

 


Vivíamos en una casa cómoda, bañada por el sol de la tarde, gracias al trabajo de mi padre en el Banco Nación. Mi madre, un símbolo de devoción y recato, guardaba su belleza en las líneas suaves de su rostro y en su pelo castaño, siempre recogido en un chuflín, como si quisiera mantener su atractivo bajo secreto. Su vestimenta modesta no podía ocultar la gracia de su figura, la curvatura de su silueta que parecía esculpida por manos divinas, ni las piernas que hablaban de juventud y vigor.

El vecindario se transformó con la llegada de un hombre de presencia abrumadora, piel trigueña y cabello como la noche, dueño de una verdulería que se convirtió en un oasis para las almas sedientas de algo más que frutas y verduras. Era un hombre de pocas palabras pero de miradas elocuentes, y la atención que dedicaba a mi madre era como el sol que busca atravesar las nubes, iluminando lo que desea revelar.

En sus encuentros en la verdulería, él tejía palabras con dobles sentidos, como un jardinero que oculta flores en su jardín: "Mire, qué buena tengo la banana" o "Aquí tengo un buen pepino, pruébemelo", haciendo que mi madre se sonrojara como una flor al amanecer.

Un día, sin los velos del disimulo, él le susurró con una voz que prometía secretos: "Mira cómo me ponés, chiquita. Te lo voy a decir sin rodeos, ricura – Quiero hacerte mía." Mi madre, atónita ante tal confesión, respondió con la realidad de su vida: "Pero soy casada." Con una sonrisa que prometía tempestades, él respondió: "Eso me excita más. Anda, entrada".

Ese juego de palabras encendió una chispa en mi madre, y su silencio fue más elocuente que cualquier discurso. "No te voy a dejar ir chiquita, hasta que me digas cuándo nos encontramos", dijo él, como quien declara su intención de capturar una estrella fugaz.

Una mañana, con la casa vacía salvo por nosotros, el vecino nos alcanzó justo en el umbral de nuestro hogar. "Te dije que no te ibas a escapar, chiquita", murmuró, y con un toque en la cintura que parecía marcar el inicio de una danza prohibida, llevó a mi madre dentro. A mí, con una mirada que me congeló en el lugar, me dijo: "Tú quédate aquí, que tu mamá y yo vamos a estar ocupados toda la mañana con asuntos de adultos."

Curiosidad y temor me empujaron a buscar una entrada, y al no encontrar respuesta, escalé como un ladrón en la noche hacia mi habitación. De allí, el sonido de una melodía secreta, un coro de rechinidos, me guió hacia la ventana de la habitación de mis padres. Lo que vi a través del cristal fue una danza de sombras y luces que cambió mi percepción del mundo.

La ropa, como hojas caídas, estaba esparcida por el suelo, y mi madre, desvelada en su desnudez, se entregaba a caricias que parecían pintar su piel con trazos de pasión. Los gemidos eran como notas de una sinfonía prohibida, un canto de sirena que resonaba en el silencio de la casa: "Ahhhhhh, mmmmhh, oooohhhh".

La escena se intensificó cuando él propuso un baile de almas, un intercambio de esencias que solo los amantes conocen, prometiendo un viaje a un mundo donde solo ellos existían. Sus cuerpos se movían en una danza antigua, explorando territorios secretos, cada movimiento un susurro de deseo reprimido.

Mi madre, en un momento de claridad y conflicto, su voz un eco de su lucha interna: "Cómo me estoy atreviendo a hacer esto, soy casada... pará por favor". Pero su resistencia era como la niebla ante el sol, disolviéndose ante la insistencia de él: "A partir de hoy, vamos a compartir estos momentos."

Así, mi madre, siempre tan recatada, se dejó llevar por una corriente de pasión que nunca había conocido, olvidando por un instante su universo familiar. El vecino, con su voz ronca como el viento de la noche, prometía y cumplía, llevándola a cimas de placer que solo el secreto puede alcanzar.

Desde entonces, aquellos encuentros no solo se dieron en la intimidad de nuestra casa sino también entre los aromas de la verdulería, creando una historia de amantes que permanecía oculta a los ojos de mi padre, como un jardín secreto en medio de un bosque.

Nota: Si esta narrativa ha despertado tu interés, te invito a explorar más historias en nuestro blog, donde cada relato es un viaje a mundos de fantasía y deseo. Síguenos en nuestras redes sociales para no perderte ni un solo capítulo de nuestras aventuras literarias. ¡Gracias por acompañarnos!

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