LA INVITACIÓN DE LOS AMIGOS DE MI MARIDO

Hace cinco años que estoy casada, viviendo una vida que era un espejo de tranquilidad hasta que las grietas empezaron a aparecer. Mi esposo, con una sombra de celos que a veces se convertía en una tormenta de ira y violencia, me llevó a un punto donde la idea de infidelidad se convirtió en una liberación, un motivo justificable para el dolor que él me causaba.
Esa noche, acordamos ir a un restaurante con pista de baile, junto a dos amigos de mi esposo, Omar y Julián. Omar, el casado, y Julián, el eterno soltero con una nueva compañera cada luna. Mi esposo me pidió que vistiera un vestido blanco, corto, que besaba mis rodillas, con medias naturales, un atuendo que me hacía sentir como una flor en primavera, atrayendo las miradas de los que pasan.
Llegamos al punto de encuentro, pero las parejas de mis acompañantes no aparecieron, excusándose con la típica razón de que no querían venir. Así, nos dirigimos al restaurante, donde la suerte nos colocó en una mesa al fondo, lejos de la pista, con Omar justo detrás de mí. Sentí sus ojos como caricias en mis piernas, un deseo palpable en su mirada.
El calor de la noche hizo que me quitara la chaqueta, revelando una silueta donde mis pezones, endurecidos por el ambiente, eran como botones de deseo. Omar, con su juego sutil, buscaba el roce accidental bajo la mesa, y yo, en un acto de rebeldía contra mi realidad, le permitía este juego secreto, abrazándome más a mi esposo para mantener su confianza mientras jugaba con el fuego ajeno.
Después de algunas copas, el deseo de bailar me llevó a la pista. Mi esposo, cuando no estaba de humor, delegaba su lugar a sus amigos. Omar fue el primero en tomar mi mano, susurrándome al oído palabras de admiración, su cuerpo cerca del mío, provocando un calor que no era solo del ambiente.
En un momento de distracción, con una pareja bloqueándonos el camino, Omar aprovechó para tocarme con una audacia que me estremeció, susurrándome que fuera discreta para no despertar la ira de mi esposo. Las copas y el calor habían encendido en mí un deseo que no podía negar.
Omar, con una idea en mente, sugirió que mi esposo se retirara temprano, prometiendo un entretenimiento que solo nosotros compartiríamos. Con astucia, logró que mi esposo se sintiera indispuesto, y con Julián manejando la situación, nos encontramos en un hotel en Tlalpan.
En la habitación, la realidad se tornó en fantasía. Omar, con su toque, me guió a la cama, descalzándome y abriendo un mundo de placer con sus labios sobre mis medias. Julián, observando, se unió a este baile prohibido, su presencia exigiendo atención, que yo le di con una entrega que nunca antes había conocido.
Tras un intercambio de roles y placeres, nos vestimos y regresamos a casa, dejando a mi esposo en un sueño profundo, ajeno a la tormenta que había desatado en su ausencia.
La ironía es que desde esa noche, los celos de mi esposo se han desvanecido, como si el fantasma de su desconfianza hubiera encontrado su paz. Ahora, espero las próximas aventuras que Omar y Julián decidan compartir conmigo, una hembra dispuesta a explorar lo desconocido.
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